
La inquietud
A veces, cuando veo algunos documentales sobre violencia de género, siento una cierta desazón que no proviene de la temática, sino por la forma de abordar el contenido.
Me planteo si los autores, llevados por el ansia de llamar la atención y por el loable propósito de visibilizar unos hechos, incurren en errores forzados de representación. Quizás, al intentar reconstruir con imágenes los sucesos narrados, caen en el escabroso sensacionalismo de mostrarlo en toda su crudeza sin darse cuenta de que hacen de ello un espectáculo seductor y que, al recurrir a todo tipo de artificios formales, consiguen justo lo contrario de lo que se proponen, convirtiéndonos en cómplices de esa violencia que aparentemente condenan.
¿Dónde estabas tú? Es una duda que nació de esa inquietud personal, de ese malestar casi físico y de un bucle de preguntas retóricas que golpeaban mi conciencia.
En realidad, temía caer en los mismos errores. Si quería realizar otro documental más y representarlo con imágenes reales corría el riesgo de trivializarlo y acabar haciendo una falsa reconstrucción tremendista. Sin embargo, no quería frivolizar sobre un tema, el de la violencia de género, tan necesitado de ser recordado constantemente, y por eso, tratando de ser honesta conmigo misma y con los demás, me plantee que el cine de animación podía contribuir a la visibilidad y denuncia de la atroz y universal violencia contra las mujeres.

El documental y la animación. Dos géneros, un objetivo
Si lo pensamos bien, estos dos géneros no están tan separados. Todos hemos visto cómo en muchos documentales, sobre todo de temática histórica, la infografía y la animación son partes fundamentales para ilustrar algunos de los hechos expuestos. De esta manera, encarar el documental desde una técnica exclusivamente de animación no era tan extraño y solucionaba de un plumazo algunos de mis temores a la hora de abordarlo. La imagen animada puede reforzar el discurso haciéndolo, curiosamente, más real y colectivo. Por otro lado, cumplía con uno de los requisitos casi imprescindibles del género documental, que es el de dar una visión personal y ética. Un documental por definición es la exposición de un aspecto parcial de la realidad, mostrada en forma audiovisual. Sin embargo, la representación en animación es ilimitada pero, a pesar de ello, quería evitar elementos morbosos o sensacionalistas en cierta manera esquivar toda imagen incómoda o poco ética.
El filósofo esloveno Slavoj Zizek había definido ``la imagen animada como velo de lo real``. De esta forma, podríamos entender que la película de animación nos distancia del horror al mismo tiempo que nos lo revela: las secuencias animadas se convierten en ``objetos-recuerdo``, recuperando el término de Laura Marks, y condensan la memoria individual de un suceso traumático. Toda catástrofe es un trauma: es el fin del mundo tal y como lo conocemos y, por ello, es irrepresentable e inenarrable. En este sentido, como observa también la filosofa feminista Judith Butler, todo suceso traumático se resiste a una estructura narrativa. Por ello, se trata de superar ese escollo epistemológico y ontológico a través de la animación.

La preparación
Sabía que era menester actuar con el rigor y la honestidad que el proyecto requería, por eso estuve investigando durante más de tres años sobre la temática y conseguí una beca de Ministerio de Asuntos Exteriores que me permitió viajar a Mozambique y Filipinas acompañada de una psicóloga experta en violencia de género y un operador de sonido, para entrevistar a más de una veintena de víctimas.
Las entrevistas se realizaron bajo un estricto protocolo autoimpuesto de buenas prácticas consensuado con la experta en violencia de género, en el que se contemplaba la elaboración del cuestionario planteado a las mujeres, así como la necesaria salvaguarda de la identidad de las mujeres entrevistadas, ya que la mayoría de ellas había estado en peligro de perder la vida a manos de sus exparejas. Y es por ese motivo por el que no se realizaron vídeos, ni fotos. Solo sus testimonios orales en forma de grabaciones de audio, eliminando determinados datos que pudieran descubrirlas.
Las entrevistadas podían parar en cualquier momento la conversación si así lo consideraban oportuno. Ellas eran mucho más importantes que el documental. Existía la firme decisión de no obligar a contestar aquellas preguntas que las hicieran sentir incómodas.

La representación
Después del exhaustivo trabajo de campo, descrito anteriormente, me planteé cómo representar aquellas experiencias.
Un documental es la exposición de un aspecto de la realidad mostrada en forma audiovisual y, como he explicado, me había autoimpuesto una serie de limitaciones deontológicas: no podía en ningún momento ni grabar ni fotografiar a las protagonistas de esta historia, pero sobretodo tenía que representarlas sin comprometer su seguridad. Al mismo tiempo, quería realizar un discurso fuerte que llegara al espectador. Un documental que supusiera, para quien lo viera, un reto para saber más sobre la violencia de género en otros lugares del mundo, que pusiera de relieve sus aspectos comunes, a pesar de la distancia y de las diferencias económicas y sociales. Quería realizar una película más humana que muchas películas con personajes de carne y hueso, nada trivial y que fuera dolorosamente honesta, a través de los ojos de mujeres muy diferentes pero con mucho en común, mujeres que supieron y pudieron salir del pozo en el que se las hizo caer en un momento clave de su vida.
Lo que conocí de estas mujeres parecía confirmar lo expuesto anteriormente por Judith Butler de que ``toda catástrofe es el fin del mundo tal y como lo conocemos``. Pero también estaba claro que Judith Butler se equivocaba al afirmar que ese trauma es irrepresentable e inenarrable. En esto último no estaba en absoluto de acuerdo: las mujeres con las que yo había tratado eran conscientes de su situación y con mucho esfuerzo habían podido superar esa catástrofe, estaban vivas y dispuestas a contarlo, si eso ayudaba a que otras mujeres tomaran su ejemplo a seguir para poder superar lo que ellas, con valentía, habían dejado atrás. No, un hecho real por muy traumático que sea no es inenarrable, ellas me lo habían demostrado.

La solución
La solución, como casi siempre, está en la buena ciencia, aunque todavía existan muchas personas reacias a ella. En la disciplina científica existe un principio que afirma que, si un hecho o una teoría no puede expresarse en un lenguaje común y de manera inteligible para cualquiera, ese hecho en la práctica lo más probable es que no exista y, por tanto, sea falso. Era evidente que, lo que ellas me habían contado, era real y había sucedido.
En el emotivo discurso de las mujeres que había entrevistado, recorriendo las huellas y traumas de su memoria, había encontrado este denominador común: eran mujeres que relataban una infancia feliz sin ningún antecedente de maltrato familiar que, tras el inicio de sus relaciones sentimentales, sus parejas habían ejercido una sutil y progresiva escalada de violencia hacia ellas (y, como consecuencia, hacia sus hijos) que, por suerte, habían podido superar dejando a sus maltratadores. Quedaba claro que el desencadenante de este drama habían sido siempre sus parejas, arropadas por un entorno social completamente machista de base.
La psicóloga experta en violencia de género me había explicado que muchas mujeres logran sobrevivir psicológicamente al maltrato viéndolo distanciadas, como a través del objetivo de una cámara, manteniendo los recuerdos como imágenes estáticas ajenas a ellas. Por ello, la diferencia que aquellas mujeres tenían en su relato, entre su visión idealizada de la vida anterior a su trauma y los hechos que narraban a continuación, era una diferencia formalmente estereotípica y, por tanto, representable. Se trataba de superar ese escollo de la imposibilidad de la representación traumática que expresa Judith Butler, entendiéndolo tal y como ellas lo veían y entendían, mostrándolo a través de sus propios estereotipos iconográficos.
Solucionado este último escollo, trabajé, por una parte, en la selección de las declaraciones para diseñar la parte documental del proyecto y confeccionar el guión base. Por otra parte, definí el estilo gráfico de la animación que conforman la parte de representación visual de la obra sirviendo de guía y referencia para afrontar el proceso final de producción. Después me fue concedida una ayuda del IVC y otra de ICAA para la última fase de la producción.
Solo deseo que el resultado esté a la altura de un tema tan importante para mí y tan vital para toda la sociedad porque, si al ver la película una sola mujer encuentra la forma de salir del terror en el que vive ya me daré por satisfecha pero, si además, un solo niño o joven toma buena nota de lo que no se puede nunca permitir, estaremos ganando al futuro.